domingo, 16 de mayo de 2010

CAPITULO I

El sol apretaba ese día la caravana avanzaba lentamente por el camino. Eran ya tres días lo que llevaban cabalgando hacia la batalla; y sabia que le quedaría unos días mas. Lo habían contratado para luchar; no le importaba la causa, justa o injusta. Desde muy joven había aprendido a sobrevivir, pronto comprendió que lo mejor era aprender el uso de las armas; y así lo hizo.
Estaba en esos pensamientos, cuando a lo lejos diviso una aldea. No le importaba el nombre de la aldea, había pasado por miles a lo largo de su vida; para el todas eran iguales una taberna un mercado y aldeanos tímidos. Palmeo a su caballo en el cuello; a él no le gustaba demasiado la gente, se había criado en la batalla. Sabia que en ella él y su caballo tenían que ser solo uno.
Poco a poco se fueron adentrando, encontró aldeanos que los miraban con curiosidad pero que no se acercaban a la caravana. Aunque los niños quizás por su juventud se acercaban mas para poder tocar a los guerreros.
De pronto su caballo se detuvo, se dio cuenta que había una muchacha harapienta a los pies del mismo. Miró a la muchacha rubia con los ojos claros; no estaba mal. Con unos 18 años; pero muy escuálida, seguramente abría pasado hambre. Estaba en estos pensamientos cuando vio que un hombre la cogía por el brazo y tirando de ella le decía.
– ¡Perra estupida! Te voy a arrancar la piel a tiras por lo que has hecho.

Ella miró a los ojos del guerrero; pidiendo algo. Éste no sabiendo bien por que descabalgó del caballo, y cogiendo el brazo en alto del hombre con el látigo le preguntó:

– ¿Cuántos quieres?

El hombre se giró hecho una furia; pero cuando vio los ojos fríos del guerrero tan solo supo decir:

- ¿Qué me ofreces por esta perra?

- Cinco monedas de oro, ni una más.

El hombre a oír el tono de voz pensó cinco monedas o la muerte.

- Cinco monedas están bien.

El guerrero metió la mano en su bolsa y saco las monedas.

- ¡Toma!

Dijo mientras le lanzaba las monedas.

El hombre agarró la cadena que colgaba del collar de la chica y se la dio al caballero. La muchacha centró su mirada en el guerrero como dándole las gracias, y se puso de rodillas ante él.
Normalmente a las esclavas se las hacia caminar detrás del caballo de su señor, pero el caballero miro a la escuálida chica y pensó que si lo hacia así moriría sin remedio. Así que la hizo subir a la grupa del caballo; y para asegurarse de que nada le hiciese ató las manos de la chica a su espalda.
Subiendo a su caballo se volvió a unir a la caravana, sentía los murmullos de los demás guerreros:

- Has hecho un mal negocio. Le dijo uno.

- Es un saco de huesos no durara nada.

El hombre miró a su compañero de armas y no le contestó, tan solo apretó el paso de su caballo.

Aún quedaban cuatro horas para llegar al sitio donde esa noche acamparían, y el guerrero comenzó a divagar. Había tenido muchas esclavas a lo largo de su vida, ¿Por qué había comprado ese saco de huesos? Sería muy difícil de vender o que alguno de sus compañeros se fijaran en ella. Estaba en esos pensamientos cuando sintió que algo le quemaba la espalda, se dio cuenta que era la mejilla de la esclava que se había dormido. Continuó el camino lleno de polvo y calor hasta que por fin llegaron al lugar donde se pondría el campamento.

Llegó a un lugar que le gustaba y espero al carro que le traería su tienda. Mientras esperaba bajó a la esclava del caballo y la coloco de rodillas a su lado. Cuando llegó el carro se acercó al hombre y a cambio de una moneda de oro le pidió que montase la tienda y vigilase a la esclava; mientras el abrevaría al caballo. El hombre no puso ninguna objeción y comenzó a montar la tienda, la esclava estaba de rodillas tal y como la dejó con la mirada baja y sin atender a nada. El caballero llegó de abrevar al caballo justo cuando el hombre acaba de montar la tienda, le dio las gracias y el hombre se retiro.
Miró su tienda; hacia años que la tenía y recordó cuando la consiguió. Fue en una de sus primeras batallas en su juventud; contra unos pueblos venidos del sur bajitos morenos y que rezaban de una forma muy rara arrodillándose y postrándose ante su dios. Pensó que jamás se arrodillaría ante nadie ni siquiera ante dios si es que existía cosa; algo que dudaba después de ver tantos campos de batalla y tantas atrocidades.
Llevó al caballo a la zona de cuadra a un lado de la tienda; el hombre ya había dejado hierba fresca para el caballo. Lo dejo reposando de la larga caminata. Fue entonces cuando por fin se fijo en la esclava.

La cogió de la cadena y tirando de ella hacia arriba la puso en pie. La introdujo en la tienda y la dejo en un rincón. La miró y le dijo:

- Si intentas escapar o hacerme algún mal te degollaré, y dejaré tu cuerpo para las alimañas.

Y diciendo esto desató las muñecas de la esclava. Ésta al verse libre de sus ataduras comenzó a frotar tus muñecas y una vez, aligerado su dolor. Procedió a ponerse de rodillas y besar los pies del guerrero mientras murmuraba:

- Gracias mi señor, gracias por salvarme la vida y quitarme de las manos de ese hombre. Nunca le haré ningún mal puesto que le debo la vida.

El guerrero miró a la esclava, cuantas veces había escuchado esas mismas palabras. Ya había matado a dos esclavas que decían lo mismo, así que no la creyó. La miró y soltó:

- Bien aquel es tu rincón y esa es tu piel ahora no me molestes.


La esclava se retiro a su piel y se puso de rodillas esperando ser requerida. El caballero salió de la tienda y al poco tiempo llego con un vaso de vino y una pollo asado en la mano. Se sentó en las pieles y comenzó a comer. Posó su vista en la esclava y le dijo con voz fuerte y segura:

- Ven aquí.

Ella tembló un poco, no sabía lo que sucedería; y recordó viviendas anteriores. Había sido violada muchas veces humillada y vejada desde muy joven; eso hizo que un escalofrío recorriera su piel. Pero se acercó al caballero sumisamente.
Cuando la tuvo cerca, el caballero le ofreció la mitad del pollo y otro vaso de vino:

- Come saco de huesos.

Ella no se lo pensó dos veces y comenzó a comer. Hacía dos días que no comía nada, y su anterior amo no le daba de comer nada más que las sobras que disputaba a los perros. Así que para ella el medio pollo era todo un manjar. Comió rápidamente y con avidez. El guerrero la miraba mientras comía lentamente; saboreando la comida. En su profesión podía ser la última. La esclava acabó pronto de comer y mirando al caballero dijo:

- Gracias mi señor por la comida.

Y esperó de rodillas a que él acabase de comer. Una vez el guerrero hubo dado cuenta del pollo, la esclava pidió permiso:

- ¿Mi señor puedo retirar los restos?

- Retíralos saco de huesos.

La esclava cogió todos los huesos y desperdicios del pollo y los sacó de la tienda. Mientras el guerrero se fijó por primera vez en su figura no estaba mal. Un bonito culo se entreveía entre los harapos de la ropa así como unos bonitos pechos.
La esclava mientras tanto pensaba otra cosa –ahora que hemos cenado me usara para satisfacerse y el ultimo castigo del anterior amo aun dejaba recuerdos en su sexo- pero volvió a entrar a la tienda aún temiéndose lo peor. El guerrero la miró a ella y se fijó en los harapos. Sin decir nada se fue hacia unos de los arcones de la tienda; y sacando un bonito vestido de seda en negro casi transparente, se lo entrego a la esclava. Y fríamente le ordenó:

- Póntelo y dame tu ropa.

La esclava se ruborizó, era la primera vez que se mostraría desnuda ante su nuevo señor. Pero ella era tan solo una esclava su deber era hacerlo. Se dio la vuelta y se desprendió de los harapos que tenía por ropa y se puso el traje que su nuevo señor le había dado. No estaba mal pensó cuando se lo vio puesto; unos pantalones de seda casi transparentes y una chaquetilla que dejaba intuir sus senos. Se ruborizó esa ropa era demasiado transparente; era mejor ir desnuda que con eso puesto: Pero no dijo nada.
Entrego los harapos a su señor y este salio por un momento de la tienda; en la primera hoguera que encontró los tiró. Cuando regreso a la tienda se encontró a la esclava de rodillas y temblando. Cogiendo su barbilla le dijo:

- ¿Qué tu sucede saco de huesos?

- Señor temo que me use.

- ¿Y por qué temes eso?

- El último castigo que me dio mi anterior amo fue muy duro. Si me usa me dolerá mucho mi señor.

- ¿Qué sucedió saco de huesos?

- Mi señor me da vergüenza decírselo,
- Soy tu señor, ¿no es así?

- Sí, mi señor.

- Entonces la vergueta no existe para ti ante mí. ¡Cuéntamelo!,

- Mi señor… Me negué a estar con un amigo de mi anterior dueño y el me castigó.

- ¿En qué forma? Volvió a insistir el guerrero.

- Mi señor fue al campo y cortó un haz de ortigas. Me tuvo sobre una mesa y me ató las manos, y mientras su amigo me mantenía las piernas abiertas frotó las ortigas contra mi sexo.

El guerrero sintió que la sangre se calentaba en su interior pero mantuvo la calma.

- ¿Algo mas saco de huesos?

- Mi señor… Su amigo se entretuvo en darme 20 correazos sobre mi sexo.

La sangre del guerrero ya no estaba caliente sino que hervía en sus venas. Pero dijo con voz suave:

- Muéstramelo saco de huesos.

La cara de la esclava se puso colorada de golpe.

- Mi señor… por favor…

- ¡Hazlo saco de huesos!

El tono del guerrero no permitía replica; la esclava se puso en pie, y bajando los pantalones del traje le mostró su sexo.
Lo que vio el guerrero le removió el alma. Sería un bonito sexo cuando la hinchazón de los labios bajase. Ahora mismo tan solo era un amasijo de carne roja. Manteniendo los pantalones bajados el guerrero preguntó:

- ¿Por qué te quiso arrancar la piel a tiras esta mañana?
– Mi señor antes de que usted llegara quiso usarme… Al no poder se enfado conmigo… Y ese era mi castigo.

El guerrero no dijo nada, tan solo se levanto y fue hacia el arcon anterior. Abrió la tapa y saco un tarro con mejunje verdoso. La verdad no tenía un buen olor, pero lo destapo y ordenó a la esclava:

- Abre bien las piernas saco de huesos.

La esclava se asustó por el tono; las abrió todo lo que pudo temiendo lo peor. Ese preparado era algo muy especial para guerrero. Lo hacían en un pueblo de las montañas; era un excelente antiinflamatorio. Al día siguiente el sexo de la esclava estaría bien. Y sin mediar palabra comenzó a extenderlo por los labios inflamados y rojos. Al principio la esclava sintió un frío muy fuerte en su sexo; un frío que le hacia temblar, pero se contuvo. Una vez acabado su trabajo el guerrero ordenó:
- Sube los pantalones y vete a tus pieles.

La esclava obedeció sin decir nada y se tumbo en las pieles. El guerrero procedió a fijar la cadena del collar al poste de la tienda y cerrarlo con un candado. La esclava sintió el calor de las pieles y un calor muy agradable en su sexo y poco a poco se fue quedando dormida. El guerrero una vez la esclava se durmió; Salió de la tienda y busco al hombre del carro. Lo encontró en una hoguera; y le dijo:

- Ve a mi tienda y cuida de mi esclava ni se te ocurra tocarle ni un pelo o tu cabeza rodara. Yo tengo que hacer una cosa antes del amanecer.


El hombre acompañó al guerrero hasta la tienda, y pensó. - esta noche dormiré entre pieles.

- Recuerda lo que te he dicho. Si le tocas un pelo tu cabeza caerá. Si no es así, mañana serás un poco más rico que hoy.

El hombre sabia que el guerrero hablaba en serio; lo había visto matar a hombres por mucho menos que tocar a su esclava.

- No se preocupe señor no pasara nada.

El guerrero ensilló el caballo y salió a galope tendido del campamento; en su cabeza había un solo objetivo. En una hora llegó a la aldea donde había comprado a la esclava. Buscó la casa y la encontró. Sacó la daga de su lugar y con ella en las manos entro sigilosamente a la casa. Lo que se encontró le revolvió las tripas. El tipo que le había vendido la esclava estaba durmiendo echado en una mesa, enfrente otro tipo. En otra mesa echada con la mitad del torso sobre la mesa había una joven esclava; por la dilatación de sus orificios había sido muy usada; así como azotada su espalda y su culo. El guerrero se acercó sigilosamente a los tipos y con un tajo certero en su cuello los mató. Ya no volverían a ver la luz de sol; ni a maltratar a ninguna otra esclava.
Una vez hecho esto y sabiendo cual era la ley; ya que la joven esclava seria acusada y lapidada, cortó las cuerdas de la esclava.
Tapando su boca abrió su collar y le musito:

- Desaparece antes que la gente se de cuenta de algo.

La joven esclava no se lo pensó dos veces y salió de la casa como alma que lleva el diablo. El guerrero se acercó a los tipos muertos; y rebuscando encontró cuatro de las cinco monedas que le había dado antes. Se las volvió a guardar en la bolsa y montando sobre su caballo salio a galope tendido.

Ya casi amanecía cuando volvió al campamento. Llevó el caballo en su sitio y le quito la silla, se acerco al hombre y lo despertó tapándole la boca:

- Ya te puedes ir.

Le dio dos monedas de oro.

- Efectivamente. Pensó el hombre. – Hoy soy mas rico que ayer. Y salió de la tienda.

El guerrero se acostó en las pieles y durmió un par de horas. Lo despertó el ruido de la cadena de su esclava moviéndose; y abriendo un ojo la miró. Ya estaba de rodillas; esperando que su señor despertar. Su mirada baja le impedía darse cuenta de que estaba siendo observada. El guerrero pensó:

– Lo que se ha sucedido esta noche a esos dos hombres, le sucederá a todo aquel que te haga daño. Yo soy tu señor.